¿Por qué nos reflejamos en el agua y en los espejos?

 

Los espejos nos permiten vernos tal y como nos contemplan los demás, su base científica no es otra que una superficie lisa capaz de reflejar los fotones en una única dirección

«Espejito, espejito, ¿quién es la más bella del reino?» Esta es la frase con la que la malvada bruja del cuento de Blancanieves torturaba, de forma insistente, a su espejo. Un cuento publicado por los hermanos Grimm en el año 1812 y que más de un siglo después Walt Disney llevó a la gran pantalla.
El espejo –del latín speculum- más antiguo del que tenemos noticia fue encontrado en Anatolia (Turquía) y ha sido datado en torno al 6000 a. de C. Más adelante los utilizarían los egipcios, los etruscos y los romanos bruñendo cobre, planta o bronce hasta conseguir una superficie completamente lisa.
En el medioevo la fama del espejo se devaluó enormemente, ya que el cristianismo inculcó a la sociedad el miedo a pecar de vanidad si hacían un uso excesivo del mismo.
A lo largo del siglo XIV se impusieron los espejos de vidrio, que fueron elaborados por artesanos de la italiana isla de Murano y que consistían en una plancha de vidrio, bien alisada, sobre la que se vertía plata. Un modelo de espejo que persiste todavía a día de hoy.

La clave está en reflejar sin dispersión

La luz está compuesta por fotones, unas partículas que viajan a una velocidad constante –la de la luz- y oscilan a frecuencias diferentes según su energía. Cuando la luz choca contra un objeto pueden pasar tres cosas: lo atraviesa totalmente, en cuyo caso es transparente, lo atraviesa de forma parcial, cuando el objeto es translúcido, o no lo atraviesa, en el caso de que nos encontramos ante un objeto opaco.
Quedémonos ahora con los objetos opacos. Cuando la luz incide sobre ellos una parte es absorbida por la superficie y otra es reflejada, la longitud de onda de esta última es lo que determina el color con el que percibimos al objeto. Es decir, vemos una pera de color verde porque la piel absorbe todos los colores menos el verde, que es el que se refleja y el que es detectado por los receptores del color (conos) que tenemos en nuestra retina. Ahora bien, ¿por qué nos no vemos reflejados en la pera?
La pera carece de una superficie totalmente lisa, presenta rugosidades, esto determina que la luz que incide en ella y se refleja lo hace en ángulos muy diferentes, en Román paladino, el espectro del color verde «rebota» en todas direcciones. Es precisamente esta dispersión la responsable que nuestra imagen sea totalmente irreconocible.
Pongamos ahora nuestra atención en el espejo. Tiene una superficie pulida de un metal que se encuentra detrás del cristal, el cual hace las veces de protector para evitar que el metal se pueda rayar, ya que en este caso provocaría dispersiones. Los metales más habitualmente empleados en la elaboración de espejos son aleaciones formadas por dos partes de cobre y una de estaño.
Como el espejo tiene una superficie lisa se refleja la totalidad de los fotones que recibe y lo hace siempre en la misma dirección, de forma que se proyecta una imagen extremadamente fiel a la realidad, eso sí, con una diferencia insalvable: el lado derecho del objeto se encuentra en el lado izquierdo y a la inversa.

La naturaleza también tiene su espejo

Los gorilas, los bonobos, los orangutanes, los delfines nariz de botella y las orcas comparten, entre otras muchas cosas, la capacidad de reconocerse cuando su imagen se proyecta en el agua, el espejo de la naturaleza.
Al fenómeno físico de ver algo reflejado en el agua se conoce como reflexión del agua. Esto se debe a que el agua es una superficie reflectante capaz de reflejar parte de la luz que llega a su superficie.
Y es que vemos nuestro reflejo en el agua, básicamente, porque la superficie es tan lisa que, cuando los rayos de luz rebotan y vuelven, lo hacen sin distorsión, al igual que sucedía en el espejo. Esto, evidentemente, es más complicado de cumplir los días en los que hay viento, ya que se altera la superficie del agua.

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